lunes, 5 de septiembre de 2011

La llama y el viento

Víctor Daniel Verón Lezcano nació en Encarnación, Paraguay, en 1925. Al terminar la secundaria, tras la guerra civil en su país, arribó a Argentina. Se radicó en Eldorado, ciudad del norte de Misiones. Su legado literario  comprende más de cien cuentos, dos novelas editadas (Los Pájaros Sagrados y La llama y el viento), y una novela inédita.
Fue uno escritor que arraigó su obra al entorno que habitaba, persiguiendo una estética original y minuciosa. Comprendió y supo volcar al papel la belleza y complejidad de la cultura aborigen de los guaraníes.  
 Murió en Posadas (Misiones),  el 24 de Agosto de 2001.

La angustia de la soledad se ha evaporado como se diluye la niebla mañanera. El universo oscuro ya no existe. Mi conciencia ha despertado para reencontrarse con su esencia original. Así y todo, ¡oh Señor!, cómo tiemblo y ardo en mi propia llama mientras te espero. Mi alma se encuentra al borde de un abismo dulce y alucinante, como un aguilucho que sueña con desplegar sus alas y nadar y nadar en el anchuroso cielo inundado de luz.
(La llama y el viento – Pág. 116)


sábado, 3 de septiembre de 2011

El juglar triste




 Tres poemas de Horacio Quiroga, hallados en papeles encontrados en un sótano de Buenos Aires en 2009.


Lemerre, Vanier y Ca
Bajo la curva, la noche plomo; sobre el aliento, vapor de bromo ata en el cuello fino calambre, con invisible, rígido alambre.
Por la ventana que está entreabierta la luna muestra su faz de muerta, desfigurando, tras los cristales, algunas piedras filosofales.
Se angustia el vientre de los crisoles en la insistencia de los alcoholes, y gime en finos ruidos distantes como murmullos subcrepitantes.
Sobre los bordes de la campana suenan las cuatro de la mañana. Los negros perros, estremecidos, lanzan al aire largos aullidos.
Chirrian los goznes de modo adusto y a la ventana se asoma un busto: como los muros - en línea recta - la Luna en negro disco proyecta sobre la albura del macadam, como un curvado, trágico escollo, la calva frente de Claudio Frollo bajo la sombra de Nôtre-Dame.

El juglar triste
La campana toca a muerto en las largas avenidas y las largas avenidas despiertan cosas de muertos.
De los manzanos del huerto penden nucas de suicidas, y hay sangre de las heridas de un perro que huye del huerto.
En el pabellón desierto están las violas dormidas; las violas están dormidas en el pabellón desierto!
Y las violas doloridas en el pabellón desierto, donde canta el desacierto sus victorias más cumplidas, abren mis viejas heridas,como campanas de muerto, las viejas violas dormidas en el pabellón desierto.

Mi palacio de invierno
En casa había belladona nuez vómica y pulsatilla; en forma de varilla conteníalas una redoma.
Y esa manzana poma había sido elogiada en la gacetilla de un diario. Y la gente sencilla reíase de esa pueril poma.
Los enfermos, sin embargo, con esa débil sonrisa en que su voz de haber sido se exterioriza como una melancolía que alcanza a ser plegaria, saben el secreto de la larga vigilia solitaria, en que el recuerdo de un largo contacto de rodilla vale menos que una leve toma de pulsatilla.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Volver a ver




Volvía a casa felizmente borracho después de haber pasado veinte días trabajando en el yerbal. Se cruzó con un par de tipos que le dieron una paliza tremenda. Despertó solo y desnudo en la picada. No podía ver nada y sintió la cabeza demasiado pesada como para mantenerla erguida.
 Caminó varios kilómetros pidiendo ayuda a los gritos y tropezando con las piedras del camino. Horas después alguien pasó montado a un caballo, le preguntó que le había sucedido y le llevó a su casa.
Allí, su esposa le dio un baño, le vistió y salieron rumbo al hospital. El médico le hizo las curaciones y luego le dijo a la mujer que su esposo no volvería a ver. De regreso a la chacra, ella le transmitió la noticia.
     —No puede ser, no. Esto va a pasar en unos días. Voy a ir a ver a la curandera que vive en Mártires. Ella cura todo. Los médicos no saben nada – dijo él.
Pero cuando al día siguiente Hilario y su esposa fueron a ver a la curandera que vivía en Mártires, ésta les dijo que sólo quedaba rezar por aquellos ojos arruinados, que lucían como dos esferas grises salpicadas por desprolijas y gruesas líneas rojas. Todo el contorno de piel que rodeaba los párpados, se había hinchado de tal modo que ahora su rostro se asemejaba a una esponja sucia.
  — No puede ser, no. – repitió Hilario.

Privado de poder trabajar, las cosas comenzaron a ponerse más difíciles de lo que ya eran en la chacra. Tenían cinco hijos que criar y la Cecilia (así se llamaba la esposa de Hilario) apenas podía encargarse de ellos, ya que además alguien tenía que darle de comer a los chanchos, ordeñar las vacas y cuidar la huerta
Pasaba el tiempo y no entraba plata a la casa.  Hilario se pasaba el día sentado en un rincón, bebiendo litros de infusión de hierbas, asimilando la oscuridad en silencio, con la vana ilusión de volver a ver.
 Hasta que hubo que vender el caballo y a fin de año cinco vacas.  Ese verano, Cecilia juntó a los chicos y se escapó de la chacra mientras Hilario dormía.
Pasaron los años, los cultivos se secaron y el campo se llenó de capuera. Hilario fue aprendiendo a hacer varias cosas pese a la ceguera, como cortar leña, armarse cigarros, pelar batatas y hasta cargar agua de la vertiente. Pero no había vuelto a salir. Se sumió en aquella existencia de colores amarillentos y opacos, en la cuál el pasado se fue extinguiendo de a poco, y el dolor del abandono fue fraguando su propia fosa de olvido. Sus jornadas se distinguían entre si por el cantar de los pájaros. Un día comenzaba cuando el mbyguá chirriaba desde la rama del cedro y terminaba con el concierto de los búhos en la palmera. Cada tanto se oía el grito de algún hachero derribando un árbol a lo lejos o el galopar de un equino a la distancia transportando a alguien. Prácticamente no tenía contactos con otros seres humanos.  El vecino más próximo estaba a cinco kilómetros y nunca se habían llevado bien. Los perros que tenía también abandonaron la chacra, y por eso ahora cada tanto algún forajido entraba a su chacra a robar lo que estuviera al alcance.
También habían entrado a la casa y se habían llevado todas las herramientas, una mesa, y otras cosas sin demasiado valor, porque nada había allí de valor. Ya no importaba, pensaba Hilario, puesto que él vivía con muy poco y todas aquellas cosas del pasado ahora sólo eran un trasto de elementos innecesarios. Se contentaba con que con los ladrones prefirieran accionar en silencio y sin someterle a ningún castigo físico.
Una tarde, cuando ya llevaba más de cinco años viviendo en soledad, su hijo mayor llegó a la chacra para verle, pero al estar ahí se atuvo a hacerse pasar por un cartero perdido, y sólo conversó con su padre unos pocos minutos. No había logrado reunir el coraje necesario para decirle a aquel hombre abandonado que su esposa Cecilia había muerto en Buenos Aires. El muchacho se marchó y pasaron largos años hasta que otra persona llegó hasta la chacra.
Este visitante tenía la voz de un hombre de al menos 40 años de edad. Parecía agitado por la caminata. Pidió agua. Hilario le indicó que  había que caminar un kilómetro más hasta la vertiente porque él esa mañana no había ido a buscar. El hombre desistió de la idea del agua; en cambio encendió un puro y le ofreció otro a Hilario, que aceptó alegremente.
—Don Hilario, mi nombre es Ricardo Boher y vengo a verlo en representación del gobierno de la provincia de Misiones. Nos han informado de lo que le sucedió. Sabemos que está ciego y nunca fue operado. Vine hasta aquí para preguntarle si usted está dispuesto a que el gobierno le pague una cirugía de córneas para que usted pueda volver a ver.
Hilario permaneció pensativo varios segundos, absorto en lo que acababa de escuchar y en el profundo sabor del tabaco.
   Si existe alguna forma de que yo pueda volver a ver, sólo dígame lo que hay que hacer.
   Bien. Usted habrá oído que en Cuba están los mejores médicos del mundo. Nuestro gobierno está dispuesto a enviar a usted a Cuba para que pueda operarse. Estará acompañado por un médico de nuestro país. Primeramente debería viajar a Buenos Aires. Y ahí un avión lo dejará en Cuba. La operación dura menos de tres horas.
   ¿Cuándo salimos?
   Hoy mismo si usted quiere. Escuche, solamente necesitaría que usted me firme estos papeles dónde quedará certificado que usted acepta la ayuda de nuestro gobierno.
Hilario escuchó el ruido de las hojas de papel y sintió en la palma de la mano la lapicera de Boher. Llevaba años sin escribir ni firmar nada. Boher tomó la huesuda mano de Hilario y dirigió la punta de la lapicera hacia un extremo de la hoja. La mano firmó esa hoja y  después la otra.
    —No tengo demasiadas cosas. Junto un poco de ropa y ya podemos irnos. — dijo Hilario.
   —Termine su cigarro tranquilo, después nos vamos. Tengo la camioneta afuera.

Partieron en plena siesta. Hilario se sentía excitado. La ilusión de volver a ver el mundo. Incluso le pareció que ya alcanzaba a distinguir algo del resplandor del día, pero era sólo una percepción motivada por la alegría.
Llegando al pueblo de La Cruz, en Corrientes, Boher desvió la camioneta de la ruta, y viró hacia la zona de campos. Anduvieron varios kilómetros entre arrozales hasta llegar al campo de Boher. Un hombre con boina fue a abrir la tranquera Boher bajó de la camioneta, dejándola encendida en punto muerto. Hilario permaneció en el asiento del acompañante, ajeno a toda la circunstancia y sin la menor idea de dónde estaban.
—Un peón nuevo. Está ciego. Es el que te conté, el misionero. No le vayan a dejar salir a ninguna parte. – le dijo Boher al de la boina.
  —Quédese tranquilo patrón. Para poder arrastrar una yunta de bueyes no hace falta ver.
Luego Boher volvió a la camioneta. Y le dijo algo a Hilario. El de boina miraba la escena pero no llegó a oír que le decía su patrón a aquel viejo. Hilario bajó en silencio y aquel hombre le sujetó mansamente por el hombro, del modo que en las ciudades la gente toma los hombros de los ciegos para ayudarlos a cruzar la calle. Se oyó el sonido del motor arrancando. Boher revisó los papeles que había firmado Hilario esa tarde y guardó el documento de identidad del ciego en el bolsillo de su camisa. Llamó al intendente por el celular.
    —Listo. Ya está hecho lo del ciego. Mañana mismo puede poner en venta la chacra.


Sergio Alvez

Poesía de Ultramar


Como un barco que al zarpar arranca el puerto, como un avión que borra el punto de destino (cuestiones éstas que no pueden ser resueltas por el afecto), Alberto Hedman, irradia sonidos e imágenes desde una habitación vacía no localizable. Estos círculos de  fuego o niebla alrededor del azar de los sentidos, no buscan aprisionar la atención del lector, sino más bien liberarla de una cierta obsesión por la repetición y la copia”
(contratapa del libro Ultramar, de Alberto Hedman, publicado en Suecia en 1985)

Alberto Hugo Hedman nación en 1950, en Oberá, provincia de Misiones, Argentina. A los 17años, comenzó a escribir y sus poemas fueron publicados en diversas revistas locales. Su formación autodidacta se enriqueció con experiencias teatrales y en el periodismo.
Los conflictos sociales que sacudieron a toda America Latina desde la segunda mitad de la década del 60 lo envolvieron activamente. La urgencia de la militancia determinó el abandono de sus tareas literarias.
Un par de libros inéditos se perdieron en esas circunstancias, y lo llevaron en 1977, luego de dos años en Buenos Aires a refugiarse en Brasil. Ese mismo año se exilia en Europa, primero en Alemania, luego en Finlandia, para finalmente radicarse en Suecia.
Aquí  ha retomado la poesía, de lo que es muestra este libro que recoge y muestra las huellas de todo ese largo itinerario de tiempos y espacios dispares, vividos con toda intensidad.

(*) Solapa del libro Apuntes para la reconstrucción del silencio, publicado en 1983, en Estocolmo (Suecia) por la editorial Nordan, una comunidad editorial conformada por suecos y latinoamericanos.


Contradicción

La contrariedad de haber nacido
sin haber manifestado previamente ninguna vocación especial
para la vida,
es que se sigue viviendo por inercia.
Y como no se tiene el privilegio de nacer todos los días,
Hay que aceptar los hechos consumados
adaptarse a los imperativos del programa
Entregar primero la infancia,
luego los atributos de de una madurez duramente conquistada
para, finalmente, cuando uno ya se había acostumbrado
a una vejez tranquila
tener que morirse obligatoriamente
sin haber manifestado con anterioridad
ninguna vocación especial para la muerte



HEDMAN INEDITO
Regreso a las fuentes

El regreso a las fuentes pasa por un camino de hormigas

al borde de una gran extensión de arena blanca.

Es preciso navegar, no necesariamente tener sueños proféticos y aterrizajes de emergencia, absolutamente no es imprescindible el aroma del paisaje del mar, ni la orfebrería de un deseo minucioso.

Es favorable el otoño, entre otras cosas, y puede ser de ayuda una mirada atenta a las formas inmóviles de las hojas caídas en el patio.

No hace falta el ardid del tiempo detenido.

Al regresar a las fuentes, los árboles echan raíces en los pensamientos, el agua se escurre invariablemente entre los dedos y se pierde en los recodos del camino.

La perfección de la sed confunde

los puntos de partida  y de llegada.




miércoles, 31 de agosto de 2011

Le Pirá Cambú

Pirá Cambú: vocablo utilizado en Misiones que quiere decir "pez que chupa"; se designa con esa nomenclatura al que "le chupa el bolsillo al otro sin que se dé cuenta", es decir, el ladroncito fugaz (definición del músico Ramón Ayala).   


"Ye Urunday de los Exocetos (para otros Robertson o "El viejito del sinte") nació en Buenos Aires. En 1960 vino a las comarcas zoovegetales de Misiones. La antropometría regional lo fascina. Quizá su ascendencia nórdica - alemanes y escoceces- infiere un sabor especial a su sus presentes composiciones en castellano". 

Esto dice parte de la contratapa de Le pirá Cambú o El Comedor de Jacintos. Se publicó en 1983. Impreso en Posadas. Su autor hoy tiene más de 80 años y es una leyenda subterránea de la radiofonía regional: hace un programa de música electrónica hace más de diez años en una radio posadeña. Les dejo un poema perdido entre las 110 páginas de este tesoro único de la  literatura surrealista del Litoral. Se titula "Misiones".

En brazos del verano - quiero soñar
!Amada mía!
por eso he de darte
una copa de verde cristal
una cascada de celeste burbujear
fragua de chispas-topacios
Antorcha de matizados pájaros
Serenata de mariposas
Relicarios
!En las Cuádruples Selvas del Cururú! 


Y otro más. Este se llama "Happy End en Misiones"

Aquí me encuentro de nuevo bajo el panal del cavichuí
Gozando tibia mañana-dominguera
De esta juvenil primavera
Fumando goloso- en pipa inglesa
el picado tabaco de mi patria
con sucias medias, rotos zapatos
Tacuara mesa -paraguaya caña
medito dichoso- las armas de Hungría
aunque todo el mundo se me ría.










Los pájaros comieron de tu aliento

 


Franz Liszt puede ser lo que al piano
son mis dedos sobre tus mejillas salvajes
Decir que soy una canción es poco
decir que soy un reino es mucho.

esta noche los pájaros comieron de tu aliento

  * Tamara Szychowski fue una poetisa  y pintora de Apóstoles (Misiones). Se suicidó en febrero de 1987 y dejó un puñado de libros con poemas inéditos, entre ellos, El oro de los páramos, donde se incluye el poema Franz Liszt.